De todos los cafes del mundo II parte (relato corto)

De Todos Los Cafés Del Mundo (parte I)

 

Tras su partida, decidí tomar un poco de perspectiva lejana a los últimos acontecimientos: Probablemente solo quería evitar dotarlos de excesiva carga sentimental, y analizarlos con cierta objetividad. Desde ahí, llegué a la conclusión de que en mis últimos meses/años de vida, había caído a lo más profundo del subsuelo vital, había conseguido salir unos breves instantes, y ella volvió a hundirme en la miseria. Me parece que no me dejo nada.

Visto en conjunto, el balance no era tan negativo. Al fin y al cabo, había conocido el infierno con tal grado de precisión, que nunca tendría necesidad de plantearme qué había allí. O sea, que lo peor que podría ocurrirme en mi existencia (llamarlo vida me parecía extraordinariamente atrevido), no me era completamente desconocido. Y el siguiente paso más allá del abismo no importa demasiado. O no voy a estar aquí para discutirlo, que para el caso es lo mismo.

La innegable carga de optimismo que encierran estas reflexiones, supuso un antes y un después en mi trayectoria terrenal. De encontrarme totalmente hundido por su alejamiento, huida, plantón o fuga, pasé a encontrame exactamente igual o peor, gracias a tan objetivo ejercicio reflexivo. Todo un logro. Estratégicamente impecable.

Con el fin de evitar pasar el mínimo tiempo posible siendo consciente de que estaba puesto en la vida porque debía haber un poco de todo, procuré eludir mi situación de vigilia, reduciéndola al mínimo imprescindible. Y a fe que lo conseguí. Con la ayuda de la industria farmacéutica, el etanol y la televisión, pero lo logré.

Dicen que el tiempo todo lo cura. Es una frase magnífica. Incluso puede llegar a ser cierta en determinadas circunstancias. Pero no estoy muy seguro de que se trate de una acción terapéutica directa. Mi hipótesis es que el tiempo es una especie de pieza de puzzle comodín, de las que se adaptan a cualquiera de los huecos que se generan cuando no encuentras la pieza correcta. Obviamente no has completado el puzzle, pero no te quedan huecos que rellenar, de eso se ha encargado el tiempo. Entonces, no cura; Más bien rellena.

Claro que ante mi situación, la de un tipo absolutamente deshecho, que le rellenen esos huecos con tiempo, o con lo que sea, es como si tratamos una apendicitis con anestesia general. El dolor se pasa, pero la peritonitis es muy probable. Habrá que operar en algún momento o tirar la toalla definitivamente.

En realidad, esa era la cuestión, cómo tirar la toalla. De forma activa, desalojando este mundo, o permaneciendo en él de cualquier forma. Había elegido la segunda, por simple comodidad; Y tomar esa decisión, aunque fuera una de las más cobardes, tristes, melancólicas e indignas que pueden adoptarse por un ser humano, me permitió mantener un cierto status quo entre mi persona y mi dignidad. Seguramente esta última pensó que no merecía la pena darle más vueltas, y se colocó en modo low cost.

Así, pude concederme una tregua indefinida, una especie de 4,5 con el que no aprobaba pero no suspendía del todo. No pasaba de curso, pero no me echaban de la escuela. Un equilibrio precario e inestable, en el que nadie podría estar  contento, pero del que era difícil venirse abajo. Especialmente porque no había nada más abajo.

En esa estrategia de dejar pasar el tiempo, decidí incrementar mi implicación en el trabajo, de la misma manera que un pirómano emplea acelerantes para provocar las llamaradas. Posiblemente pensara que a mi ¿vida? podría venirle bien una pizquita de estres laboral, a modo de sencillo sazonamiento. Lo cierto es que estas decisiones o quizá la ausencia de ellas, no contribuían en absoluto a incrementar mi aprecio por la existencia, por lo que concluyo que además de estar situado en la más absoluta profundidad de autohumillación y falta de respeto hacia mí mismo, posiblemente debo poseer ciertos rasgos masoquistas.

De todos estos refranes, dichos, anécdotas y consejos tradicionales que nos proporcionan padres, abuelos, maestros y sacerdotes, mi preferido es este que dice «el hombre propone y Dios dispone» En mi opinión, deberían dejarlo inmortalizado en mármol de carrara y ser objeto de culto y adoración. Nótese que es certero y respetuoso hasta la médula. Compatible con el fervor religioso, la lógica presocrática y el Teorema de Bayes. Lema de los vagos y de los emprendedores por igual. Hombres, mujeres y niños pueden emplearlo con igual utilidad. Proporciona una coartada extraordinaria para la falta de diligencia, la de acierto, y hasta para la mala suerte.

Y eso me ocurrió. Que yo propuse venirme abajo, más aún. Tomé una decisión para rematar la faena, para culminar mi borramiento vital, y me salió el tiro por la culata. Empecé a profundizar en mi tarea docente, perfilando mis carencias técnicas y utilizando métodos alternativos de impartir docencia, con el inesperado éxito de ser considerado uno de los mejores docentes por los alumnos de 1º de bachillerato. Cierto es que si un colectivo tan sumamente disperso y hormonado como los chavales de dieciséis años te coinsideran un buen profesor, hay que recapitular cuidadosamente todo lo realizado, no sea que hayas aprobado a todos sin dar ni golpe. Pero no, aparentemente es que lo pensaban de verdad.

Aterrorizado ante la perspectiva de tener que volver al terreno de juego de la vida convencional, aproveché las vacaciones de verano para proponer a los dueños del hotelito rural en el que hacía pluriempleo, la ejecución de un par de ideas completamente disparatadas, con el fin de recolocar mis coordenadas vitales en la humillante posición en la que debieran permanecer. Pero hasta en eso fracasé.

Las dos estupideces que se me ocurrieron funcionaron de tal forma que me hubiesen nombrado empleado del mes, salvo por el pequeño detalle de que era el único empleado,y hubiese sido un tanto…confuso que el empleado del mes de abril fuese el mismo que el de noviembre y febrero. En concreto, la tertulia literaria que propuse, llenaba el porche del hotel todos los viernes. Probablemente recaudábamos más en infusiones y copas que en la actividad hotelera propiamente dicha. Y por bocazas, no tuve más remedio que gestionarla y dinamizarla. En cuanto a la otra idea, las clases de salsa de los domingos por la mañana, digamos que mi presencia física no solía ser requerida. Los alumnos se apañaban bastante bien con la profesora, y se podía decir que funcionaba de forma autónoma.

Ahora que menciono a la profesora de salsa, una venezolana de ascendencia cubana, con varios años de permanencia en la localidad mediterránea donde vivía, he de decir que tenía cierta influencia en mi estado de ánimo. Siendo sinceros, conseguía arrancarme sonrisas parciales cuando coincidíamos en el hotel. Simplemente, se comportaba como si las malas noticias, las desgracias, los problemas, pudieran ser evitados o sorteados al ritmo de los sones latinos. En una persona de tan escaso tono vital como yo, ese tipo de pensamientos solo pueden ser repudiados o tomados a broma. Y eso es lo que yo hacía. Repudiarlos. Pero no conseguía evitar que la sonrisa amenazara con manifestarse en mi boca.

Como también se dice, el roce hace el cariño. Y como yo suelo decir, el roce lleva al cariño. En el sentido bíblico , quiero decir. Ya me hubiera gustado que mi desgraciada situación existencial al menos hubiese erradicado todos los instintos primarios, o al menos los más conflictivos. Desgraciadamente, el hombre propone…Y Dios dispuso que la profesora de salsa fuese una caribeña cuarentona bastante agraciada, sin cargas familiares, y he de suponer que extraordinariamente miope, cuando decidió entablar una conversación personal conmigo.

Una vez más, la lucha entre mis buenos modales y mis apetencias reales se saldó con un 1-0 a favor de la urbanidad, y me ví inmerso en un tête à tête inesperado, y de aún más inesperadas consecuencias. En mi favor, he de decir que la botella que aportó a la sobremesa habría sido declarada ilegal por las autoridades sanitarias de cualquier país civilizado.

La cosa acabó fatal. Estuve buscando en todos los rincones de mi habitación mi líbido perdida, hasta que ella misma la encontró. A punto estuve de llamar a mi madre para que la buscara (siempre encuentran todo) Afortunadamente no fue necesario. Tuvimos encuentro sexual, y desafortunadamente no fue tan catastrófico como para que se olvidara de mí. Y decidió seguir viéndome, a pesar de que yo no se lo puse nada fácil. A las consabidas excusas genéricas, le siguió un elaborado discurso sobre mi situación personal y sentimental. Ella me escuchó atentamente, mostrando una extraordinaria comprensión, a tenor de su lenguaje corporal. Y cuando acabé mi filípica, me dijo algo así como «amor ya tú sabes», y se despidió hasta el día siguiente.

Sin duda, hay expresiones que no significan lo mismo a ambos lados del charco, eso es bien sabido. Esta reflexión me asaltó cuando me levantaba de su cama para asearme , vestirme e ir a trabajar. En algún momento he debido despistarme, porque yo juraría que se lo dejé bien clarito, y en cambio vuelvo a levantarme a su lado. Cosas veredes.

El caso es que nunca conseguimos entendernos del todo, porque yo manifestaba continuamente mis reservas a proseguir la relación. Y ella se manifestaba continuamente con su espléndida desnudez. Un combate desigual, desde luego. De los que no se ganan ni luchando, ni solicitando armisticio. Eso sí, en el fragor de la batalla, ambos salíamos ganando, muy a mi pesar.

Y llegó ese momento, en el que decidí mandar al carajo cualquier tipo de consideración que no incluyese compartir mis noches con ella, observar con detalle la volutuosidad de sus caderas, comprobar frecuentemente la ternura de sus labios, admirar rendidamente la pigmentación de su piel al natural, y adentrarme en el cráter de sus ojos.

No diré que encontré mi redención definitiva en ella, pero puedo aseverar sin reservas, que he empezado a concebir una existencia posible. Que no me rebelo al instante cuando se menciona el concepto «sentimientos» Que puedo enternecerme ante los que hablan del amor como una realidad palpable. Que acepto la posibilidad de una vida plácida y plena. Para otros, desde luego. Y considero la posibilidad infinitesimal de ser feliz algún día, algunas horas. Y que todo esto lo digo públicamente. Me aterroriza la posibilidad de traicionarme a mí mismo y poder llegar a ser dichoso. Pero empiezo a pensar que esa muerte en vida en la que me hallaba cómodamente instalado, no era por fin, tan buena idea.

 

 

 

 

4 Comments

Add yours →

  1. Por ahí otro refrán dice que «La esperanza es lo último que se pierde!» Muy buen relato, me encanta como escribes.

    Me gusta

  2. Desde luego que una muerte en vida no es lo mejor, pero frecuentemente, nos sentimos así. Sobrevivimos sin vivir, a veces por circunstancias ajenas a nosotros y otras por que los buscamos sin saber como evitarlo.
    Tu protagonista se deja seducir muy fácilmente para estar muerto en vida…

    Me gusta

    • Sí, ese es exactamente el leit motiv del relato, diferenciar entre vivir y sobrevivir.
      Se deja seducir muy fácilmente por alguna de estas dos razones: 1/ La hormona es más fuerte que los sentimientos o 2/ Está tan muerto que no es capaz de oponer resistencia, en el caso de que esa fuese la actitud a tomar.

      Le gusta a 1 persona

Deja un comentario