La Cuarentena Vital

Si fuese posible la cuarentena vital, me habría ofrecido voluntario al instante. La continua sucesión de desafortunadas coincicencias, sucesos, malentendidos, zafarranchos y trifulcas, me habían dejado profundamente vacío, inane, exhausto, casi extinguido. Y en esas condiciones, necesitas vacaciones de la vida. Aislamiento extremo, reforzado por una muralla medieval inexpugnable. Hibernación, refugio, desaparición absoluta.

Y no escogí mal del todo. Me instalé en la última casa del último pueblo del final del mapa. Una desaparición llevada al extremo, lo que necesitaba. O al menos así lo creía. Supongo que si desplazas tu cuerpo de tu atmósfera de confort, das por supuesto que el alma también se va de vacaciones, y que los pensamientos negativos simplemente han perdido el tren. Y aunque te esperen a la vuelta, al menos recuperas el aliento, las fuerzas e incluso el optimismo, si es que alguna vez lo has tenido.

Con el transcurrir de los días, empecé a percibir dos sensaciones contradictorias. Por un lado, el descanso extremo al que me aferraba dada la ausencia de cosas materiales, divertimentos y relaciones sociales, comenzaba a cambiar el ciclo a mi organismo. Me encontraba mucho más entero, dinámico y capaz. Cruzando a la otra orilla, tanta euforia fisiológica me aproximaba a un estado de ansiedad extraordinario, debido a la ausencia de ocupaciones terrenales disponibles.

Decidí que la solución a un dilema como el del prisionero, pasaba por la capacidad que tienen los seres racionales con una situación mental equilibrada, de sublimar sus frustraciones, sus aspiraciones inconclusas, en ocupaciones de mayor utilidad general, normalmente de tipo político, religioso, filosófico o místico. Para no ser menos, decidí dedicar mi tiempo de encapsulamiento exterior a la meditación musical.

¿Y en qué consiste? Pues partiendo del hecho incontestable de que la meditación es una excelente herramienta para el equilibrio del alma y la mente, y que debía formar parte de algún tipo de plan para mi reconversión personal, si es que lo hubiere, y de otro hecho absolutamente incontestable, que la meditación es un coñazo, decidí meditar con acompañamiento musical.

Y de esta asociación, surgió una relación asimétrica que me acompaña hasta nuestros días. Cuando quiero meditar, escojo el acompañamiento musical adecuado al sector de ocupación mental planificado para el día en cuestión. Obviamente, no medito nada en absoluto, solo escucho la música, y espero que parte de las armonías, los sones, los ritmos y los acordes ablanden las vainas de mielina de mis neuronas, activen la neurotransmisión cerebral o al menos sirvan de introductor de embajadores a ideas nuevas, limpias, claras y a ser posible, no especialmente negativas.

No he podido superar esos momentos en los que simplemente sientes la música y disfrutas, sin otra pretensión. Me avergüenzo de reconocerlo, pero no soy tan disciplinado como debiera. Me ocurre con excesiva frecuencia. Comienzan los primeros acordes, y hacia el estribillo me doy cuenta de la ausencia de meditación, para mi oprobio y vergüenza. Pero es demasiado tarde. El estribillo ha llegado, me ha atrapado y no me suelta. Y me dejo, como una vil meretriz, a cambio de unas corcheas.

Al finalizar el periodo de hibernación (o de crisálida, más probablemente), llegó el momento del balance. ¿Qué había sacado en claro de mi periodo ascético, y de la técnica de meditación musical?

Empecemos por lo negativo. No había resuelto mis dudas, mis carencias, mis defectos, mis miedos. No me encontraba más positivo, ni más sociable. No creía que fuese mejor persona. No creía haber adoptado herramientas o posicionamientos vitales que me garantizasen una mejor respuesta de adaptación al medio. No había cambiado mi visión del mundo. Suponía que los problemas estarían esperándome cuando volviese. Tampoco había podico modificar este hecho.

¿Y lo positivo? Bueno, había estado aislado de la sociedad. Había podido descansar bastante. Y había escuchado música.

Si colocamos en sendos lados de la balanza aspectos positivos y negativos, es obvio que había resultado una experiencia enormemente valiosa, y debía repetirse inmisericordemente cada poco tiempo. Es posible que alguno pueda pensar otra cosa, pero eso es simplemente porque no ha podido experimentarlo. La mayor parte de los lectores están muertos de envidia en estos momentos. Da lo mismo que sean rockeros, technófilos, melómanos, baladistas o de la Motown. Porque en esos acordes se encuentra, liofilizado y prensado la esencia de su vida. De lo que es, de lo que fue, lo que quiso haber sido, lo que querrá ser.

Y las respuestas. Están todas ahí. Solo hace falta rebuscar. Y tener preguntas. Si no hay cuestiones, respuestas no existen. Si no hay dudas, no hay vida. La Enciclopedia Británica de la vida se encierra en las canciones de Dylan, de Lennon, de Antonio Vega, de Urquijo. Y los sentimientos. Nadie sufre como Aretha. Nadie vive como Springsteen. Nadie muere como Llach. Nadie ama como Celine.

Y así, copla a copla, verso a verso, resolvemos los enigmas de la vida. Quizá no de la forma que nos gustaría. No todo será nítido y bello. Será como la vida. Como viene siendo. Como va a ser. Pero al menos disponemos de un ejército de asesores, consultores y coach, que nos cuentan su experiencia, nos cuentan como les ha ido. Qué es lo que no ha funcionado, qué les ha hundido.

Nadie escarmienta en cabeza ajena. Pero no me negarán que a algunos les hacemos más caso que a otros. A los de la guitarra, los teclados y el bajo, les reconocemos un cierto plus de autoridad.

Por eso, les escuchamos. Y porque nos va la vida.

 

 

5 Comments

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  1. «Si no hay duda,no hay vida…» me ha encantado esa frase,muy cierta.

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  2. Muy interesante reflexión Antonio, las vacaciones de la vida son a veces imprescindibles. Reconozco que hago más caso a los de «las guitarras». Has mencionado a dos que inundan mi espacio, Dylan y Aretha y ya puestos me permito incluir (con tu permiso) en el apartado sentimientos un poco de jazz tal vez, Coltrane y Hancock. Parece obvio pero si no hay preguntas no puede haber respuestas. Lo dicho, me has hecho reflexionar. Agradecido como diría mi querido Rosendo. Un abrazo.

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  3. Hoy hablaba con un amigo y le comentaba que cuando voy con Yeni, mi perra, de paseo por el campo, en soledad con mis sentimientos, éstos tienden a ser negativos, la vida no es muy fácil para mí.. y lo que hago es tararear alguna canción, hasta que repito la melodía machaconamente y evito pensar…

    Emvidio unas vacaciones de ésas, sola (en realidad me gustaría más acompañada, pero no puede ser) con la única compañía de unos libros y buena música, pasear por caminos solitarios y sentarme a la orilla del río, aparcando los problemas, que, como dices, a la vuelta siguen esperándote…
    Un abrazo.

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