La Botella de Champagne

Me dirigí a la alacena que hacía las veces de bodega. Elegí una botella prácticamente al azar. Por su cromatismo exterior. Por su posición espacial. Porque era la que estaba mirándome. Qué se yo. La agarré por el cuello, la balanceé ligeramente. La desnudé por completo y la liberé del corcho represor. Metafórico. Erótico en otros momentos. No había tiempo para eso. Solo aguardaba el néctar, la ambrosía reservada para ese tipo de momentos. Buenos, malos, regulares, pero siempre especiales.

Estaba solo, y no había nadie conmigo. Sin etiquetas. Alcé la botella con velocidad y champagnevoracidad, y se escanció por gravedad. Cuando rebosaba, suspendí el trago. O lo aplacé. Me molestó comprobar que seguía consciente y dolorido. Lo menos que se podría esperar es que actuara con máxima celeridad. Que te llevase en el acto a la inconsciencia. Si hubiera querido esperar, habría elegido otro método, desde luego.

Porque cada momento de vigilia me recordaba la profunda sima en la que se había depositado mi alma. La extraordinaria contradicción de mi existencia. El sadismo que supone permanecer en este mundo, desprovisto del más elemental apoyo, estímulo y deseo. Estar muerto en vida, dicen los poetas. Ya me gustaría. Porque la muerte es compañera de la analgesia. En la muerte no hay dolor. Porque si lo hubiera es que no ha habido muerte.

No se cómo se tolera tamaña injusticia, la de permanecer en este tránsito vagando sin alma, sufriendo cada momento, deseando que el día no acabe porque el siguiente será uno más de éstos. Añorando el ayer, porque hubieras padecido un día menos. Temiendo el mañana. Sin sorpresa, sin esperanza, sin enigma. Solo el dolor, la frustración, el horror.

No puedo decir que no lo mereciera. Me lo he ganado en todos y cada uno de los días en los que me he dejado caer por este mundo. Desde la infancia a la madurez actual. En la adolescencia y la juventud. Con los cercanos y los ajenos. Hice el mal; Sabía hacerlo; Era una cualidad, probablemente. Porque no suponía esfuerzo ni remordimiento alguno para mí. Un profesional, eso es. Yo era o soy un profesional de hacer el mal en el mundo. Puestos a hacer algo, hacerlo bien, pensé con sorna.

Claro que no soy el único. Somos un sector un tanto desorganizado, eso es cierto. Cada uno va por ahí haciendo su maldad, sin informar o reportar a nadie. Sin procedimientos, reglas o mandamientos. No es lo que debiera ser, lo reconozco. Se puede conseguir dañar a la gente mucho más fácilmente si existe una cierta organización. Si se comparten los conocimientos con los colegas de maldad. Una acción amplificada por la suma de conocimientos de todos los malvados de este mundo.

En cualquier caso, el esfuerzo ha sido mayúsculo y los resultados, notables. He podido hacer mucho daño a mucha gente, y eso siempre estará en mi curriculum. No todo el mundo puede hacerlo. El mérito no es pequeño.

Ya, a mis años, observo las cosas desde otra perspectiva. Sin dejar de valorar todo lo hecho, estoy dolido, o lo estaría si tuviese algún tipo de sentimientos. La gente no deja de hablar de valores como generosidad, amor al prójimo, misericordia, arrepentimiento o perdón. Yo no lo he podido apreciar en ningún momento. Puedo aceptar que el hecho de vivir como un mal ser humano, puede haber tenido su influencia. Pero si esos valores están debidamente arraigados entre las personas, no debería excluirme de ser un beneficiario. De hecho, al ser tan extraordinariamente ruin, sería un ejemplo perfecto en el que aplicar dichos valores. Conmigo han perdido una excelente posibilidad de entrenamiento; Ellos se lo han perdido.

Espero y deseo que alguien o algo acabe con mis días. Lo haría yo mismo, pero entonces perdería la oportunidad de seguir dañando a la gente un poco más de tiempo. Ahora que lo pienso, sí que tengo un estímulo para seguir viviendo. Poder seguir jodiendo la vida a la gente. Aunque por otro lado, me incomoda pensar que ese pensamiento me reconforta, y no puedo seguir sufriendo durante ese momento.

Mejor me acabo la botella.

 

3 Comments

Add yours →

  1. Me hiciste recordar uno de mis poemas favoritos, de Pablo de Rokha:

    «Yo soy como el fracaso total del mundo, ¡oh, Pueblos!

    El canto frente a frente al mismo Satanás,

    dialoga con la ciencia tremenda de los pueblos,

    y mi dolor chorrea de sangre la ciudad.

    Aun mis días son restos de enormes muebles viejos,

    anoche «Dios» lloraba entre mundos que van

    así, mi niña, solos, y tú dices: «te quiero»

    cuando hablas con «tu» Pablo, sin oírme jamás.

    El hombre y la mujer tienen olor a tumba,

    el cuerpo se me cae sobre la tierra bruta

    lo mismo que el ataúd rojo del infeliz.

    Enemigo total, aúllo por los barrios,

    un espanto más bárbaro, más bárbaro, más bárbaro

    que el hipo de cien perros botados a morir».

    Pablo de Rokha

    Le gusta a 1 persona

    • Está muy bien elegido el poema. La idea de mi post era acercar al lector a un auténtico diablo, de aquellos que sabemos que existen, pero que quizás no hayamos podido identificar.
      Es el único post cruel que creo haber escrito, aunque por la suavidad de las formas puede no parecerlo
      Gracias por leerlo y por el poema. PAsa a mis favoritos, lo merece

      Le gusta a 2 personas

  2. A mí si me pareció cruel la voz, más que un cruel relato. Sí identifiqué el diablo. Y eso me gustó porque se aleja de toda deseabilidad social. Un personaje del cual queremos estar lejos. (Incluso cuando ese personaje seamos nosotros mismos). De algún modo en ese sentido el poema a mi juicio apela a otra emoción, más pasiva pero honesta también…¿quién no se ha sentido como el fracaso total del mundo alguna vez?

    Le gusta a 1 persona

Deja un comentario