Esa Extraña Seducción

Al final, pude esbozar una sonrisa de indulgencia. Tampoco había mucho más. Ella tenía el mando, y simplemente lo ejercía. Uno de nuestros típicos errores masculinos es pensar que el liderazgo se defiende con el ejercicio continuo de la autoridad reglada. O moral. Craso error. Se trata de una herramienta poderosa, decisiva y mortal, en caso de ser usada en el momento oportuno. Y ahí es donde ellas son maestras.

También fué un error de diagnóstico. Esa aparente fragilidad, ese calor, esa ternura, en realidad estaban fuera de contexto. Simple atrezzo al servicio de su diabólico plan. No supe verlo, qué duda cabe. En mi descargo, su recorrido, su experiencia, esa extraña seducción que refuerza su contorno, esa tela de araña invisible, que te envuelve, te atrapa y te impide el acceso al interior.

La verdad es que no tengo argumentos. ¿Me engañó? En realidad, no podría sostener tal cosa. Tampoco me mintió. ¿Exageró? Acaso eso podría.  Lo más objetivo que puedo decir es que me dió falsas esperanzas, y aún así tengo mis dudas. Quizás simplemente permitió que el agua se acercase a la desmbocadura, para dejar actuar a la naturaleza, permitiendo la caída del torrente hacia el subsuelo, hacia las profundidades, y diluir toda su fuerza, su frescor y su vida entre las diferentes capas del olvido.

El caso es que no tengo queja ni cuita, solo la pena, el abandono y la soledad me acompañan. Al menos eso tengo, los hay que tienen menos. Y ella, ¿qué tendrá? Me entristece pensar que ni eso. Qué curioso, me olvida, me abandona y me filtra, y yo me preocupo por ella. Es esa extraña seducción, desde luego. Ni lo entiendo, ni lo quiero. Va con ella, o es ella, incluso.

No quiero engañaros. Voy a seguir viviendo, qué duda cabe. Me impulsa la sorpresa, me mantiene firme, activo y expectante. Desgraciado como pocos, humillado como muchos, pero mantendré mi presencia entre vosotros. No es que espere nada, porque nada queda; Pero al final, es difícil borrarse, es un tiovivo sin paradas intermedias, te subes una vez, y te bajas otra. Y entretanto, a girar. Con música, eso sí.

Al final pude esbozar una sonrisa de indulgencia. La que me merezco por ingenuo, por no detectar el problema: Que ella no perdona, no quiere y no siente. Solo te seduce.

 

 

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