La Magia O La Vida

Las llamadas de los amigos se atienden como si te fuera la vida en ello. Entre otras cosas porque eso es lo que hay en juego. La vida, los amigos, los que te sostienen, los que te espabilan, los que te recuerdan, los que  te revuelven. Por tanto, la respuesta biomecánica ha de ser inmediata. Te precipitas hacia el teléfono deseando que sea una invitación, un recordatorio de efeméride, una simple llamada de control vital.

Pero en tu fuero interno sabes que pasa algo. Son las diez de la mañana. Todo el mundo trabaja, o se despierta, o desayuna. No puede ser nada bueno. El «Sweet Talking Woman» que distingue en mi teléfono a mis amigos del resto del planeta, suena con un inequívoco deje barroco. Sin duda debe ser grave.

Identifico el nombre en el visor, y me asalta un pequeño halo de esperanza. Es el único individuo que tiene preasignada esa melodía, cuyos anárquicos horarios permiten aceptar la hipótesis de que la llamada sea simplemente de seguimiento amistoso. Seguramente ni se ha percatado de la hora, porque puede estar de regreso de un viaje o levantado desde hace mucho rato, su profesión es así de especial.

Le contesté con energía positiva, como si transmitir buenas vibraciones pudiera modificar el mensaje entrante. Lo que me tuviera que decir, iba a hacerlo tanto si me mostraba exultante, como si utilizaba voz fúnebre. Y en efecto, me lo dijo.

Me citó a la hora de comer. Quiero decir, a la hora de comer en algún sitio, las siete de la tarde. El lugar, un antiguo pub de los primeros que se llamaron tal cual. Ya sabéis. Moqueta, terciopelo, sillones traicioneros (tanto por el ruido como por lo que ceden los asientos hacia abajo), camareros con pajarita, café irlandés, Larios con coca cola y muchos panchitos. Mal presagio. Buscaba intimidad y decadencia. Nada bueno podía esperarse.

Me atacó sin preámbulo alguno. «Tengo un problema grave» «coño, tú eres mago profesional, haz un truco», le espeté con ánimo de rebajar la tensión. «Ese es el problema», me dijo. «¿Cuál?» «Pues ese, que puedo hacerlos»

«A ver si lo entiendo. ¿Me llamas a primera hora para vernos a toda prisa porque eres capaz de hacer trucos de magia? ¿Pero eso no debería ser algo positivo? Obviamente es señal de que vas progresando profesionalmente. Tú eres muy bueno en lo tuyo, eso lo sabe todo el mundo. Estás viviendo de eso desde el colegio»

«Joder, es que no soy capaz ni de explicarlo con una mínima coherencia argumental. Estoy tan asustado que no soy capaz ni de transmitirlo» En ese instante, le vi absolutamente derrumbado, tembloroso e indefenso. A ver, no es que hubiese sido el Capitán Trueno desde su juventud, es que nunca le hizo falta. Cualquier mínimo problema de relación, podía manejarlo utilizando sus trucos, rebajando la tensión y atrayendo hacia su terreno al circunstancial adversario. Recuerdo cuando nos atracaron al lado del Campo del Mosca, en el corazón del Bronx. De Usera, quería decir. Nos pidieron los pelucos sin amabilidad alguna, y cuando se quisieron dar cuenta los que se quedaron sin ellos fueron los quinquis atracadores. Se quedaron tan sorprendidos que nos dejaron en paz, y cada vez que nos cruzábamos le pedían a Presti, así acabamos llamando a mi amigo (Santiago Bellver, DNI en mano), un nuevo truco, que ellos celebraban con extraordinario regocijo.

Cuando pude calmarle mínimamente, me aclaró el problema. «Como sabes, los magos no hacemos magia, estrictu sensu»»Me estás hundiendo», dije con sorna. Me mandó muy lejos y decidío permitirle que terminase «Como iba diciendo, no hacemos magia. Simplemente preparamos el material trucado, entretenemos a la audiencia para que se despiste mientras hacemos la maniobra, y la adornamos con todo tipo de estímulos auditivos y visuales que permitan a su cerebro mantenerse anestesiado»

«Hace unas semanas, me pidieron el favor de hacer una mini-sesión a un grupo de directivos, que se encontraban en uno de estos albergues donde hacíamos convivencias en el colegio, obviamente ahora transformado y con todas las comodidades. Como está bastante lejos de Madrid, me llevé todo mi material, a excepción de una baraja trucada, que había extraviado en una de las sesiones, y que aún no he podido reponer. Dado que el auditorio era muy reducido, y que estaban bastante pasados de alcohol, decidí realizar el truco con una baraja normal, aunque obviamente pensaba rebajar varios grados la dificultad del mismo»

» El problema vino cuando hice el truco, salió bien, pero un listillo dijo que eso también lo sabía hacer él. Tiene razón, porque es muy sencillo. Pero me picó en mi amor propio. Y decidí arriesgar y hacer el truco sin la baraja trucada. Una completa locura, desde luego, pero lo hice. Y el truco salió perfecto. El metepatas se quedó boquiabierto, y salí por la puerta grande»

«Tendrás que perdonarme, pero sigo sin vislumbrar el problema, porque…» «¿No entiendes que los magos no hacemos magia?»»Eso sí, desde luego»»¿Entonces cómo explicas que pueda hacer magia?»»Hombre, eres muy bueno…»»Ya, pero no soy un mago tipo Merlín, en todo caso, tipo Houdini. Y las cosas que soy capaz de hacer, no puedo explicarlas ni yo mismo»

«Vale, hazme una demostración.»»De acuerdo» Le pide al camarero de la pajarita una servilleta, un vaso y una bandeja. Coloca la bandeja en la mesa, y el vaso de whisky encima de ella. Coloca la servilleta desplegada sobre el vaso, cubriéndolo completamente. Coge la bandeja con la mano derecha; La levanta a la altura de mis hombros; Levanta la mano izquierda y la coloca a la altura de la bandeja. Elige el pulgar y el índice y realiza la pinza sobre una esquina de la servilleta. Con un movimiento increíblemente veloz, retira bruscamente la servilleta. El vaso ha desaparecido.

Le miro con máxima atención. El dirige sus pupilas hacia un punto indeterminado de la sala, en el que no puedo apreciar nada digno de su atención. Algo ha humedecido sus ojos. Me preocupo. Algo va mal. Le abrazo, le susurro unas palabras de consuelo, le ayudo a sentarse. Pido unas copas. Las necesitamos. Me explica que no puede seguir trabajando, porque si esos poderes mágicos un día se desconectan, quedaría en ridículo y no podría ejercer nunca más. Por no hablar de las envidias de la profesión, claro está. Me hago cargo. Es una situación terrible.

«¿Qué crees que me ocurre?», me pregunta desconsolado, esperanzado y triste. «Alguna enfermedad neurológica, supongo. Tendré un tumor cerebral o algo similar, como si lo viera. ¿Qué opinas, doctor?» Nunca en mi vida me odié tanto a mí mismo por ser médico. Allí estaba yo, ante un amigo, un hermano, que estaba sufriendo enormemente, y no podía proporcionarle un consuelo técnicamente aceptable. Tantos años de estudios y de experiencia no me estaban sirviendo para ayudarle.

Tenía que sobreponerme. Me dirigí a él, y le hice saber que haría todo lo posible. Le pediría Electroencefalograma, Resonancia Magnética, incluso PET si hacía falta. Le pediría cita urgente con el mejor neurólogo de Madrid, con un neurofisiólogo muy competente con el que había trabajado. Con mucho tacto le expliqué que sería bueno contactar con un psiquiatra, para que le ayudara a sobrellevar el enorme efecto psicológico que la situación le produciría (y de paso para ver si estaba totalmente cuerdo)

Solo me quedaba eso, ponerme a su disposición, luchar con él y abrazarle. Y en eso estaba cuando unas voces conocidas sonaron a mi espalda:

«Ya sabíamos todos que eras un poco maricón. Anda, deja ya de sobar a Presti y pide unas copas para todos»

Detrás de mí, se encontraban los otros tres amigos, que junto a Presti y a mí formaban la indisoluble pandilla que se constituyó en los míticos 70s, en plena y digna EGB, y que ni siquiera nuestras parejas pudieron disolver. Nos fueron dejando por imposibles secuencialmente. Estos maravillosos hijos de mil padres me habían vacilado con una de las bromas más terribles y descarnadas que una mente humana pudiera diseñar.

Me abalancé hacia ellos, estrangulando cariñosamente al que me pilló más cerca, con la desgracia de que me tocó en suerte el amigo Alberto, ex pilier del equipo de Rugby de la Escuela Técnica de Arquitectura. Las consecuencias de mi ataque fueron las esperables: No dejó de reírse en ningún momento miestras le apretaba las carótidas con todas mis fuerzas. Claro, con ese pescuezo XXL. Me derrumbé a su lado, exhausto, y me correspondió con un amistoso palmetazo en la espalda. Aún me duele cuando toso.

Obviamente, les pedí explicaciones.» Cómo se os ocurre, y a santo de qué. ¿No os da vergüenza pegarme este disgusto?» «Anda, que siempre has sido muy exagerado. ¿Es que no te acuerdas de qué día es hoy?» «Claro, siete de julio, San Fermín», dije con mala leche. Y entonces lo recordé.

«En efecto. Hoy hace veinticuatro años que acabamos el colegio y dieciocho años que terminaste la carrera. Siempre quedamos a comer, despistado del carajo. Como no habías dado señales de vida, Presti decidió darte una lección.» Miré al instigador de la broma, el mencionado Presti, con una mezcla de ternura y rencor que no le pasó desapercibido. Nos volvimos a abrazar, entre el jolgorio y la chanza de los otros.

«¿Cómo lo hiciste? Lo del vaso»

«¿Lo del vaso? Es simplemente magia»

 

4 Comments

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  1. ¿Basado en hechos reales? Me gustan todos los detalles que añades a la historia. En vez de realismo mágico, ¿es magia realista?
    Un buen relato, sí señor. Los espero con altas expectativas.
    ¡Un saludo!

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  2. Trucos de mago, ilusiones vanas
    como los fuegos de artificio
    que se disuelven en el aire
    y enturbian la noche…

    ¡Qué disgusto me has dado, Antonio! ¿así que los magos no son magos…? ¿ todo está preparado? Estoy perdiendo mi inocencia a marchas forzadas ¡a que va a resultar que los Reyes tampoco son los Reyes!

    Me encanta la historia, me imagino al protagonista pensando “a éste, con tanto truco, se le ha ido la pinza…” o ¿sería que se le subía la bilirrubina…? El desenlace es lo mejor, esa camaradería que sólo los amigos de muchos años mantienen y que soportan todo tipo de bromas. Imagino que es una historia ficticia, pero parece tan real que me gustaría que lo fuera.
    ¿Apareció el vaso o todavía lo estáis buscando?

    Un abrazo.
    Estrella

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    • Ah, ya sabía que te iba a gustar.
      No, desafortunadamente es una historia ficticia; la magia es ilusión, los Reyes Magos son ilusión, la inocencia es una ilusión, como la vida puede ser una ilusión continua.
      Lo más divertido de la historia fue que se me ocurrió mientras estaba nadando. No me preguntes cómo llegué a ella, solo recuerdo que quería escribir algo surrealista. No sé si es surrealista, pero me quedé muy contento del resultado. Es uno de los que releo a veces

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