Un acuerdo confortable

Es de estas ocasiones en las que nada acaba siendo lo que parece. A primera vista, diríase que conforman la pareja más disonante, heterogénea y descoordinada que uno pudiera imaginar. El varón, en torno a los sesenta, alto, cifótico, enjuto, muy greco. La mujer, en esa treintena alta de difícil encaje social; Talla ibérica, diría yo. Robusta, seria y con esa intransigencia vital tan propia de nuestros días.

El lenguaje corporal no revela una especial empatía entre ellos, aunque eso bien podría ser pose. Solo estuve contemplándolos unos minutos, muchos minutos, pero insuficientes para el contraste estadístico. Y no muy seguido, también es cierto. Entre las copas, las salutaciones y los muchos coqueteos con los que fui agasajado, puede que me despistara una chispa. Besos, ninguno, caricias no pude apreciar, cuchicheos  coincidiendo con la llegada del camarero, algún roce en el antebrazo, más social que cariñoso. Poca química, como se dice ahora.

Les di una segunda oportunidad en la distancia, con cortos periodos de observación interruptus, en la confianza de poder otorgarles mi absolución. Soy muy, pero que muy blando. Un pequeño gesto, una tibia sonrisa, una cintura asida por la mano contraria, una flor hurtada de los centros mesa. Soy un romántico incurable, qué se le va a hacer. He intentado sanarme en varias ocasiones, procurando enamorarme de la más hija de puta de todas las que me iban presentando. Pero siempre acabo encontrando un pequeño asidero en el tiempo que había pasado con ellas. Aquella tarde (pero si te estuvo catalogando como un sieso y un triste, y que te dejaba por eso. Ya, pero lo hizo con mucha dulzura, sin mirarme a los ojos para no herirme) Ese beso fugaz (venía de tirarse al socorrista de la piscina. Hombre, es que estaba cuadrado); Ese atardecer (que fue cuando se levantó de la despedida de soltera en la que vox populi se trabajaron al boy entre varias. Nooo, es que es su trabajo y ella lo respeta) Quizá no debería, pero acabo recordándolas con cariño, e incluso puede que se me escape alguna lagrimilla.

Finalmente me sacaron de la duda. Un amigo común me estuvo explicando que en realidad no son pareja, lo que me alivió enormemente. Entonces son amigos. No exactamente. Compañeros pues? No, ella trabaja en la bolsa y él escribe y da alguna clase. Familiares? No que se sepa. Me lo vas a explicar?

Bueno, es que no me corresponde a mí aclararte la naturaleza de la relación. Probablemente tampoco te correspondía encerrarte con mi novia en el vestidor durante media hora, y eso no te detuvo. ¿Cómo vas a comparar? Estaba buenísima y muy salida. ¿Qué querías que hiciera? No te molestes, no es que te critique por eso, solo te estaba poniendo un ejemplo de correspondencia. Ya, pero he detectado un asomo de crítica…Ni hablar, en modo alguno, somos amigos, no?

Bueno, te lo cuento. Ellos tienen un acuerdo. Se reúnen cuando se encuentran solos. Si uno de los dos se siente solo, reclama la presencia del otro para que le haga compañía. ¿Me estás vacilando? Ahora mismo, no. ¿Quieres decir que uno llama al otro cuando se siente solo y el otro acude sin más? Sí, eso tengo entendido. Pero te refieres a…No, yo diría que no hay nada de sexo por medio. No jodas¡ Si no me crees, allí los tienes, hazte con ellos.

Si me dice eso tres copas antes, hubiese pasado del tema ampliamente. Unos extravagantes más en el mundo, a quién le importa. Pero no era la situación actual. Me había picado mucho la curiosidad, O la envidia.

Mientras me acercaba a ellos, siguiendo la ruta menos directa posible, iba pensando en cómo abordar a aquella pareja o lo que fuese, y que ellos voluntariamente me contasen los detalles de su acuerdo. Le quité importancia. Al fin y al cabo, no se iban a molestar porque un perfecto desconocido les preguntase por la naturaleza de su relación. Bueno, eso es evidente, pero ¿y si son de aquellos tiquismiquis y te dicen no se qué de temas personales o íntimos? Bah, no creo. Eso es muy raro. A la gente le encanta contar sus cosas.

Si que es posible que al principio el caballero pudiese verse algo sorprendido por la pregunta. Y eso que había saludado antes. Pero es lo que pasa, que a veces la gente es muy suya. Por suerte, a ella pareció divertirle la pregunta (a saber porqué), y se tomó la molestia de detallarme el contenido del acuerdo.

«Básicamente es lo que te ha contado tu amigo. Nos presentó un amigo común. Cada uno de nosotros venía de sufrir mucho con relaciones anteriores, que nos habían dejado muy tocados en general, y muy resistentes a iniciar nuevas experiencias, en particular. Quedamos en varias ocasiones, y hubo una sintonía prácticamente total en la visión que teníamos de  nosotros mismos y de nuestro futuro próximo.

Coincidimos en no querer volver a pasar por aquel calvario de sufrimiento, reproches, insultos y penas, y expresamos nuestra convicción de que cualquier relación pasa por esa fase más tarde o más temprano. Aún así, ambos coincidimos que en ciertas ocasiones, de forma esporádica, echamos en falta la presencia de otra persona que nos acompañe o nos escuche. Lo que no queremos es pasar por todo lo demás»

La explicación me pareció muy convincente, y me maldije a mí mismo por no habérseme ocurrido antes a mí. La de problemas que me hubiese ahorrado. Qué magnífica solución para mi romanticismo patológico y qué conveniente para el futuro.

Se me ocurrieron muchas preguntas al respecto, y me disponía a comentarlas, cuando ella se alejó un momento a hablar con él, y volvió a los pocos segundos con las llaves de su coche en la mano. Me costó entenderlo, pero parece que quería que la llevase a su casa. Me extrañó un poco, pero pensé que quizás los aspectos logísticos no estaban incluidos en el trato y cada uno se iba por separado. Pero al fin y al cabo, ella tenía su coche, podía haber vuelto sola. Tenía que preguntarle.

Iba a hacerlo, pero no me dio mucho tiempo. Insistió en que subiera con ella, entendí que para ampliar detalles de su acuerdo. Me extrañó que colocara las palmas de las manos en mis mejillas, y que me colocara una ventosa labial nada más cerrar la puerta del ascensor, pero supuse que le había caído simpático. Tras la puerta, soltó el abrigo, las llaves de la puerta y los tirantes de su vestido. Yo creo que estaba cómoda. Quiso que yo también lo estuviera y me ayudó con el cinturón y la corbata, que por cierto nunca volvió a ser la misma desde que decidió que el nudo era cosa suya.

Ejerció como una perfecta anfitriona. Me enseñó todas las dependencias de su casa. Primero el recibidor-salón-comedor y casi enseguida, el dormitorio. Supongo que tenía cocina. Como en el dormitorio no había sillas, me acomodó en la cama, y antes de reanudar la conversación fue tan amable de darme un masaje.

No se que fué de la conversación, porque hacia las tres de la madrugada recibió un mensaje en el móvil; Se vistió, cogió el bolso, me vistió a mí también y salimos de su casa con cierta prisa. Parece ser que su socio requería su presencia. Se habían visto seis veces en lo que llevábamos de semana. Es lo que tiene la soledad. Y los pactos, que han de ser cumplidos.

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