La Señorita Viene Conmigo

«La señorita viene conmigo»

Considerando que era la primera vez que ponía el pie en ese local, la verdad es que me quedó muy autoritario. El portero asió la cadena que limitaba el acceso, la desenganchó de uno de sus extremos, y la dejó caer al suelo, en señal de sumisión absoluta. Al momento, unos tacones rojos de aguja levitaron para evitarla, y se aproximaron al interior de la discoteca de moda. Su dueña esperó un momento, giró el cuello con gracia y finura, reconoció mi intermediación, y se adentró al interior del local donde la perdí en la penumbra de los reservados.

Supuse que iba de caza mayor, a por algún rico heredero o quizá un empresario joven y derrochador; La dejé marchar, sin aspavientos, malas caras o gestos de desagrado. Damisela en apuros, damisela desagradecida, nada fuera de lo normal. Me dispuse a buscar a mis amigos que, como supuse, ocupaban una serie de mesas próximas a la pista de baile, observando a la concurrencia.

Ninguno estábamos ya para grandes expediciones. A la mínima insinuación de una chica, simplemente se le preguntaba si estaba dispuesta a ser acompañada a su casa, y en caso negativo, se pedía otra ronda para todos. Normalmente, eso equivalía a una resaca estimable al día siguiente, aunque tras una semana larga e intensa, todos lo aceptábamos con naturalidad.

La calma del local se perturbó por una celebración a filiar; Pudiera ser un cumpleaños, aniversario, divorcio o despedida de soltero. Gritos, vítores, aplausos, bengalas y besos confirmaban la efeméride. Y como postre, una stripper. Muy prototípico, pero me pareció muy adecuado a la cara de ignoto neanderthal que poseía el agasajado.

La chica se movía muy bien, todo hay que decirlo. Comenzó con una especie de remake de Gilda: Media melena suelta de color cobrizo, sazonada con reflejos anaranjados. Vestido de seda de color rojo vivo. Por lo que ajustaba, también podría haber sido de neopreno o quizás una segunda epidermis. Largos guantes hasta el codo, del mismo color que el vestido; Un antifaz de corte clásico, ponía la nota misteriosa al disfraz. Y finalmente, zapatos de tacón de aguja que me sonaron conocidos.

No hice mucho caso al show, hasta que la mano izquierda de la chica liberó a su contraria del guante. Este se deslizó suavemente por las mejillas del prehistórico, a un ritmo, cadencioso, uniforme y suave, que lo trasladaba desde la oreja izquierda hacia el cuello, para ascender simétricamente y tapar brevemente ambos ojos, ya como acto final. Desconozco qué estaba sintiendo el afortunado, pero yo estaba cardíaco. Cuando los guantes bajaron por el interior de su camisa , ahora enfundados en ambas manos,  sus dedos longilíneos e interminables, frotaron suavemente el pecho, y asieron la camisa (con el resto del individuo adherido) , yo estaba verdaderamente excitado con la maniobra, la suficiencia y el erotismo que emanaba de cada uno de sus movimientos.

Incomprensiblemente, el homenajeado pudo resistir a todas las atenciones de la doble de Rita Hayworth, sin que se le moviera un pelo del bigote. Obviamente existen cientos de explicaciones para que un chico pueda resistir los embates eróticos de una belleza como la presente, y todas ellas le dejan en muy mal lugar. Ya estaba a punto de agarrarle por las solapas para recordarle lo que se espera de un XY con la testosterona intacta, cuando la stripper decidió utilizar armamento nuclear.

Comenzó desabotonándole la camisa con solo dos dedos, a velocidad supersónica. Con un movimiento brusco pero certero, le sacó la camisa de golpe y comenzó a acariciar las mamilas con el borde de los dedos. El tacto de la seda del guante y la carga de erotismo de sus movimientos consiguieron demostrar a la concurrencia que ella comenzaba a ganar la batalla. De forma evidente, de hecho.

A la vista de los signos externos, ella decidió acelerar. Introdujo el dorso de sus dedos entre la cinturilla del pantalón, y fue descendiendo hacia la zona de la bragueta, acariciando el borde superior del pubis y provocando sudores en la concurrencia. En ese momento, el festejado comenzó a dar síntomas muy evidentes de desfallecimiento, intentando llegar a su cuello a través de torpes lametones que fueron esquivados inmisericordemente. Ella había vencido, y simplemente deseaba ampliar su victoria con una serie de maniobras definitivas. Para empezar, se colocó frente a él, como para obsequiarle con el beso de sus sueños, cuando giró en redondo y flexionó hacia atrás y hacia delante sus caderas. El ritmo, soberbio. Hacia atrás, pausado, lento, reflexivo, podría decirse. Una vez acoplados sus glúteos entre las piernas de él, solo permanecía un breve instante, y se retiraba bruscamente hacia delante, para repetir la operación poco después. Posteriormente, se marcó una especie de tango, sin contacto alguno, pero recorriendo la circunferencia perimetral de su cuerpo, haciendo que su cuello girase de forma anárquica, en busca de la boca de ella. Cuando se despistaba, la chica posaba una micra de sus labios en la cara posterior del cuello, para desesperación definitiva del pobre incauto.

Hizo con él lo que quiso, y lo hizo con el único objetivo de demostrar que podía. A todos nos quedó muy claro. Pero remató la faena con un golpe maestro, con el que nos recalcó quien mandaba allí. Decidió iniciar su propia desnudez, dejando caer el vestido en dos tiempos: En la fase I inició un movimiento de bamboleo de cintura escapular, que deslizó el escote hacia el mismo nacimiento de sus pechos, dejando los hombros completamente desnudos, lo que en un varón digno de llevar ese nombre, habría dado lugar al fin del juego o al cambio inmediato de escenario vertical a horizontal. Este indocumentado permitió que en un segundo balanceo, en este caso de delante atrás, los pechos quedasen liberados de su protección, durante un breve instante. Y en ese momento, debió fluir la testosterona por sus venas, como si fuesen autopistas de peaje, y se inclinó definitivamente hacia ella, con obvias intenciones. A falta de unos pocos milímetros para que la sujetase por la cintura, la cogiese en brazos o acabase de desnudarla, vaya usted a saber, la chica dijo en voz alta:

«Lo siento, se ha acabado el tiempo»

Y milagrosamente, el vestido se colocó en su sitio, los guantes saltaron a una especie de mochila de dimensiones reducidas, y los tacones fueron sustituidos por unas confortables manoletinas, dejando ante nosotros a una jovencita de no más de veinte años, que bien podría haber dejado el pupitre pocos minutos antes, y que no alcanzaba el metro y sesenta centímetros de talla.

Me preocupó su integridad física y me interpuse entre ella y el mundo. Aprovechó el pasillo para alejarse a paso ligero, musitando un «gracias», únicamente dirigido a mí, con el que puedo sobrellevar dignamente este recuerdo.

 

21 Comments

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  1. Espero que ese remake no tenga ninguna relación con Natalia Oreiro.
    Te tengo un reto!

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  2. Entre el erotismo y lo sórdido
    Contundente final

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    • Mercis muchas. Critica a lo zafio y a los viejos verdes, entre los que me encuentro demasiado a menudo, para mi vergüenza moral y mi tranquilidad médica, y defensa del erotismo, la sensualidad, la sutilidad y la absoluta superioridad del intelecto y el alma de las mujeres, por muy jovencitas que sean

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  3. Un gran relato Antonio. Y muy bien escenificado. Eres un caballero! Un abrazo.

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  4. Muy bueno Antonio, me ha gustado mucho. A ver si no vemos. Un abrazo

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  5. ¡Cómo sois los hombres! enseguida empezáis a babear ante unas buenas curvas, se os despierta la líbido con demasiada facilidad, como para fiarse de vosotros…
    El relato muy bueno, la descripción del «ensañamiento» con el «pobre diablo», como siempre muy buena también y supongo que muy ajustada a la realidad de lo que pasa por la cabeza de los hombres, jeje.
    Un beso de buenas noches.

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  6. Vaya!!! Todo un caballero, digno de destacar.
    Envolvente y completo, Antonio.
    Un gusto leer.
    Saludos.

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