En Justa Reciprocidad (II)

Pero cuando el primer viaje disponible era a Río De Janeiro, y alquien repitió el consabido “No hay huevos”, aparecieron como por ensalmo, camisetas floreadas, gorras y rayban último modelo. Como si estuviese planeado. Engañamos a Santi con la duración del viaje y embarcamos como si nos fuéramos a tomar unos vinos a Alcalá de Henares.

Tras las más de catorce horas que duró el vuelo, con escala por medio, y tras hacer una improvisada sesión de estiramientos colectiva en la sala de recogida de equipajes, nos aventuramos a tomar el primer transporte libre a la ciudad. Conseguimos una pequeña furgoneta de siete plazas, al mando de la cual se encontraba un pintoresco individuo que atendía al nombre de Rómulo.

Se empeñó en hacernos de guía durante todo el día, una vez informado de nuestro planes. Acordamos un precio asumible y nos dejamos llevar por él, bien advertido que lo primero que había que hacer era tomar un cafecinho, en cualquier sitio. Le sugerimos un starbucks y nos miró asustado. Al parecer, lo del café viene a ser como lo de la paella de Jamie Oliver. Nos disculpamos y nos acercó a una especie de bar-pensión-patio vecinal, donde disfrutamos de un extraordinario café, obviamente Cafe Do Brasil . Aparentemente, la cafeína consiguió resetearnos, y devolvernos a nuestra verdadera misión, hacer que ese día resultase inolvidable para nuestro amigo. A fe que lo logramos, aunque podría asegurar que él hubiera preferido que hubiésemos fracasado estrepitosamente.

Dejando de lado esas pequeñeces, el tour por Rio De Janeiro transcurrió según lo previsto. Conseguimos llegar al Pan De Azucar cuando aún no había llegado ningún turista. Normal, estamos hablando de las siete de la mañana, considerando la diferencia horaria. Había que esperar a que abriesen taquillas y pudiésemos sacar los billetes de los funiculares. Echamos un sueñecito en el coche, y embarcamos en la primera tanda.

Las vistas desde arriba son espectaculares.La ciudad, las islas que la flanquean, las míticas playas. Intentamos localizar Copacabana e Ipanema, que luego recorreríamos. El Cristo de Corcovado, las favelas, en fin, el pack turista completo. Nos quedamos con una grata impresión, pero el día se acababa y había mucho que hacer aún.

En improvisada reunión de campaña, decidimos que la siguiente parada sería el Cristo De Corcovado y a partir de ahí, recorreríamos las diferentes playas, buscando algo que no sabíamos si existía: Una especie de orgía de frenética diversión que cumpliera holgadamente los objetivos de nuestro viaje: Recordarle a nuestro amigo Santi todo lo que dejaría de disfrutar el resto de su vida, para que tuviera plena conciencia del error que estaba a punto de cometer, especialmente cuando ya tenía poco remedio. Lo que hacen los amigos, vamos.

Tras disfrutar de las extraordinarias vistas, y la majestuosidad del Cristo, comenzó nuestro auténtico viaje. Todo acompañaba. Temperatura extraordinaria, viento en calma, cielos despejados. Al ser día festivo, las playas estaban repletas de bañistas, exhibicionistas, futboleros, masajistas y vendedores ambulantes de todo tipo de objetos, comidas y bebidas. La tremenda desigualdad social y económica existente en esta atípica ciudad se tomaba una pequeña tregua en las playas. Si bien es cierto que en los complementos, trajes de baño y comodidades se puede observar diferentes capacidades económicas, la alegría con la que se manejan sus gentes, permite contemplar un Rio De Janeiro más compacto e igualitario, al menos hasta el anochecer.

Como suele ocurrir, cada playa de Rio tiene su pequeña historia. Copacabana, la más larga y famosa, fue nuestra primera escala. Los bañistas se hallaban enfrascados en interminables partidos de futbol y volley, con esporádicas escalas para refrescantes baños atlánticos, entre cordilleras nevadas de agua espumosa. Nos pareció un gran sitio para empezar. Nos colocamos en cualquier sitio al azar y arrancamos la mañana con la primera caipirinha, ofrecida por una especie de hombre orquesta o caracol gigante, puesto que parecía llevar bajo sus hombros cualesquiera deseo, anhelo o necesidad perentoria existente. Tentados estuvimos de pedirle que se quedara con nosotros durante el día entero.

Una vez situados, comenzamos a evaluar el panorama. Aunque todo el mundo dice que en Rio se encuentran los cuerpos más espectaculares, lo cierto es que entre todos contamos dos o tres chicas feas, lo que desmonta definitivamente el mito. Solo quedaban cuatro o cinco mil extraordinarias garotas. Como disponíamos de poco tiempo,  no pudimos saludarlas a todas. Decidimos utilizar un criterio de geolocalización. Así, geolocalizamos a unas cuantas a diez-quince metros a la redonda, a las que invitamos a tomar algo. Las treinta o cuarenta primeras nos agradecieron muy cordialmente la invitación, pero la declinaron. Afortunadamente teníamos una opción estadísticamente viable, y todo era cuestión de insistencia.

Y en efecto, insistimos y en cuestión de minutos confraternizamos animadamente con un grupo de jovencitas escoltadas por unos cuantos amigos varones, que también intentaban confraternizar con nosotros. Por tanto, había que ir dando una de cal y otra de arena, no fuese a ser que el viaje a Río acabase siendo recordado como el viaje de las sorpresas, o si me permitís el juego de palabras, el viraje.

Compartiendo esas caipirinhas, ese agua de coco, esos baños y esas bossa novas, podría asegurar sin miedo a equivocarme, que las barreras culturales, idiomáticas o de cualquier otro tipo, quedaron reducidas al mínimo concebible, y que el recíproco intercambio de costumbres, sentimientos y hormonas se multiplicó de forma exponencial a lo largo del día. Lamentablemente teníamos la barrera de la agenda, la que nos obligaba a dirigirnos al aeropuerto en un par de horas. Por tanto, encontrar las palabras justas en un idioma que nos era desconocido, y considerando la premura de tiempo, no parecía una alternativa viable. Y ante una idea mejor, fuimos besando en cadena a nuestras nuevas amigas, entregándonos por completo al método ensayo-error.

Es bien conocido que la intuición se define como el saber empírico inmediato. E inmediatamente supe que íbamos a tener problemas para agarrar nuestro vuelo. Llamadlo intención, o simple observación de apareamiento playero. Salvo por el hecho de que los desemparejados sufrían el acoso y derribo de los varones brasileros, todo iba bastante bien.

Salvo, quizás, el hecho de que el novio había desaparecido. Eso sí que podría ser un pequeño inconveniente.

 

 

13 Comments

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  1. ¡Vaya, me quedo con las ganas!

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  2. Good!
    Éste relato promete. Cambiar de hemisferio siempre sorprende. 😈

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  3. Ha sido ver la foto de cabecera y ya me estaba riendo e imaginando lo peor. Pero de que os quejais? Novio desaparecido en Río: Objetivo cumplido. No? Un abrazo.

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  4. Novio desaparecido ? No habrá sido por algún inesperado «viraje». Me quedo en ascuas.
    Un abrazo.

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  5. ¿Quiero creer que encontraremos al novio? Bueno… en Río todo es posible! jajaja.

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