Esa Persona Especial

Narciso era uno de esos tipos entrañables, a los que no había otro remedio que arropar en todos y cada uno de esos episodios vitales en los que se veía envuelto cada poco tiempo. Todos tenemos un amigo así. Especial, original, inclasificable, pero al que, en su singularidad, queremos con locura, por ser buena gente, amigo de sus amigos y excelente ser humano. Pero tiene …mala suerte, vamos a decir.

Yo le conocía desde el colegio, por lo que tenía a mi favor la ventaja de una gran preparación previa. Si alguien se quedaba dormido el día del examen final, Narciso. Si la huelga de trenes no respetaba los servicios mínimos el día del examen de Selectividad, Narciso. ¿Quién se quedaba sin gasolina cuando había conseguido ligar? En efecto, el mismo.

Te planteas seriamente cómo una persona con tantas dificultades de coordinación con la vida, consigue salir adelante. Si ha conseguido trabajo en una multinacional, se le habrá estropeado el portátil en plena reunión con el cliente, su jefe o ambos. Si sacó las oposiciones a funcionario-vaya usted a saber cómo-, raro es que no haya tirado el café en el Jefe de Negociado, o incluso sobre el regazo del Ministro. Si estaba planeada su boda, es extraño que el sacerdote no hubiese huido a Brasil diez minutos antes con la pastelera del barrio.

Lo cierto es que consiguen una existencia más o menos convencional. A veces con ayuda de su pareja, de su familia. Otras veces, a pesar de ellos. Las más, por puro azar. Lo que nunca alcanzan es ese grado de negociación con los acontecimientos que les permita permanecer en un segundo plano. Siempre que ocurre algo, suelen andar por ahí. No es que sean gafes, en sentido estricto. Simplemente las más extrañas situaciones coinciden estadísticamente con algún tipo de presencia o intervención por su parte.

Su llamada, por tanto, no me cogió completamente de improviso. Al ver el nombre en la pantalla del móvil, supuse que estaba a punto de escuchar algún tipo de extraordinaria coincidencia o proceso, en el que él estuviera directa o indirectamente revolucionado. Y ante la eventualidad de que el suceso en cuestión pudiese requerir de mi máxima capacidad de concentración, le propuse devolverle la llamada en cuanto finalizara la consulta. Y él contraatacó proponiendo que nos viésemos en nuestro pub habitual.

Creo que me adelanté a la hora prevista. Ocupé una zona habitual, lo suficientemente alejada de la zona de dardos, simplemente por supervivencia. Pero desde allí tenía una perspectiva perfecta para llamar su atención en cuanto cruzara la puerta. Entretanto la eterna duda entre café y copa se salvó a través del sistema Salomón. Medio café y media copa, seguidos de la otra media de cada. Andaba por la segunda mitad de la segunda, cuando hizo su aparición.

Le vi diferente. Cierto es que tengo un cierto grado de miopía, pero no me refiero tanto a la percepción puramente visual. Es esa especie de aura que algunos dicen que nos precede. En su caso, podría decirse que su aura y él se detectaban con extraordinaria antelación, al ruido de copas rotas, escalones asesinos, portazos desproporcionados y ese tipo de cosas. Pero esta vez atravesó el umbral de la puerta con naturalidad, aplomo y precisión. Sujetó la puerta a una agraciada señorita que salía del establecimiento, se volvió a admirar las regiones más sinuosas de su anatomía, y se adentró hacia la barra, cuando me divisó en el fondo.

Este proceso, el que cualquier varón con sangre en las venas hubiera llevado a cabo, tal y como si dispusiera de un check-list, ese con el que los XY nos dejamos caer por el mundo, no podía considerarse estrictamente como normal, en el particular caso de Narciso, y me puso en guardia, aunque sin alarmas. Lo que vino a continuación ya me alteró un poco.

Para situarles. Todos ustedes conocen (todos conocéis, permitidme el tuteo), la disposición habitual de un pub clásico. Puertas y ventanas de madera y vidrio coloreado, celosías, cuarterones y espejos. En el interior, moqueta, skay, sillones bajos que te envuelven como el mejor nido de cigüeña. Mesas bajas de estructura de hierro y cristal a la altura de las tibias, para que si te golpeas tengas que tomarte un copazo analgésico, justo antes de salir en camilla.

En ese contexto, la copa de gin tonic, la botella de tónica, la botella de ginebra, la hielera, la coctelera. La cafetera, la taza de café. Su plato. La cucharilla. El plato de la cucharilla. El azucarero. El plato con la cuenta y un vaso de agua con hielo. Y todo eso, sobrevivió a la llegada de Narciso, que se sentó con una naturalidad extraordinaria en el sofá del pub, sin llegar ni a rozar ese despliegue de vajilla y complementos. Algo andaba mal. Incluso el barman, que ya le conoce, había entrado a buscar el recogedor, la fregona, el aspirador y un palet lleno de paños de limpieza. De hecho, justo cuando Narciso hizo su aparición, había agarrado el teléfono para llamar a a la señora de la limpieza. Se quedó helado.

Tras un intercambio de saludos formales y las inquisitorias de rigor sobre familia y trabajo, llegamos al grano. Se casaba. Alargó el brazo hacia la zona del sofá donde había colocado la americana, y sacó un sobre color marfil con el habitual dentado en el borde. La invitación clásica, caligrafía en cursiva, huecograbado, en fin, lo que viene siendo una invitación de boda clásica. Le felicité, le abracé, y todo ello sin que se tambaleara ni una sola de las piezas de la vajilla.

Me comentó los detalles del evento, su deseo de que fuese su testigo y los amigos a los que quería localizar para que nos acompañasen en ese día tan significado. Mientras hablábamos, me di cuenta de que algo se me esacapaba. Un detalle, pero significativo. La novia. ¿Quién coño era la novia? Pero si este tipo no ha tenido ninguna que le durase más de dos semanas. Empezaban bien, pero alguna catástrofe sucedía, de las típicas de Narciso, y acababa la cosa en borrasca y traca final.

Por si acaso me lo hubiese comentado en algún momento y se me hubiese ido de la cabeza, abrí el sobre de la invitación con cierto disimulo, y metí un dedo en su interior, con el fin de arquearlo y leer el nombre de la novia. Finalmente tuve que cogerlo con las dos manos, sacar la invitación y acercármela a los ojos, porque no podía dar crédito a lo que estaba leyendo. El nombre de la novia que figuraba impreso en el tarjetón era el sinónimo más aproximado de la palabra «catástrofe»

En cierto modo me tranquilizó, porque esa sí es una de las típicas cosas que le pasan a Narciso. Existen cientos de miles de chavalas preciosas e inteligentes en el mundo, y todas ellas te van a hacer infeliz de un modo convencional. ¿Qué necesidad existe de amarrarse de por vida a una bomba nuclear como ella? Si es por masoquismo, existen opciones más llevaderas: Sacerdocio, profesor de instituto, médico, soldado de reemplazo, que se yo. Lo que decía, las cosas de Narciso. Pero también os decía que es un tipo entrañable, y que se le quiere, por lo que no deseaba para él más desgracias que las habituales, considerando éstas como consustanciales a su existencia.

No fue necesario preguntarle cómo la conoció. Ya me lo suponía. Algún tipo de pirueta del destino con doble salto mortal hacia delante y tirabuzón. En efecto, el tren de cercanías se paró por una avería completamente desconocida para el maquinista, y que no figuraba en el manual de operaciones. El autobús que viene a recogerles casi atropella a una pasajera del tren, en su ánimo de esquivar a mi amigo Narciso, que tratando de ayudar a una ancianita que portaba una maleta XXL, se le resbaló la maleta (y la ancianita), yendo a parar debajo de las ruedas del autobus. En la ambulancia que venía a recoger lo que quedaba de la pobre maleta, perdón, de la pobre anciana, se encontraba una enfermera de las que salen en las películas eróticas de finales de los 70. Un icono sexual en toda regla.

Eva Bolaños. Compañera de Hospital durante tres años, poco más o menos. Maciza, guapa y lista. Un verdadero peligro público. Extraordinaria capacidad de confraternización con el gremio sanitario. Conocía a sus colegas muy estrechamente, en el más puro sentido bíblico, lo que le hacía ser enormemente popular entre los varones, pero había rumores no comprobados que le situaban tanto a las duras como a las maduras. Con cierta amplitud de miras. Bisexual, para que nos entendamos.

Me quedé un tanto preocupado. ¿Tendría él información al respecto de las …aficiones de su próxima futura esposa? Esperaba que sí, que ella hubiese moderado su extraordinaria capacidad empática en la horizontalidad, y que sentase la cabeza con mi querido amigo. Pero algún comentario que hizo Narciso, me hizo sospechar lo contrario. Al parecer, Eva no había querido acostarse con él hasta que cumplieron el sexto mes de relación. Según sus palabras, su novia era poco más o menos de comunión diaria. Y me insinuó la posibilidad de que hubiera sido virgen hasta conocerle. Ahí casi me atraganto. El me dio un par de golpecitos, pensando en que mi sorpresa venía del hecho de que a estas alturas del siglo alguien pudiera ser virgen.

Cuando se fue, sin incidencia reseñable, me quedé bastante tocado. Yo podía hacer poco al respecto, desde luego. Lo que supiera o dejara de saber no podía transmitírselo a mi amigo, con invitaciones impresas y en proceso de reparto. No me gustaba, pero tenía que aceptarlo. Esperaba que todo le fuera bien, pero tenía fundadas sospechas contrarias.

Por si acaso tenía un recuerdo distorsionado, conecte con un par de ex-compañeros de ambos, y comenté sobre la marcha que Eva se casaba. Los comentarios realizados por ambos aludían inequívocamente a la pesada carga que el futuro marido pasaría a llevar encima de su cabeza. Sin piedad. Ambos daban fe directa, sin intermediarios.

Aún así, mantuve mi posición intacta. Tenía ciertos remordimientos, pero no veía posibilidad alguna de hacer nada que pudiera ser medianamente útil, y que no destrozara a mi amigo. Colaboré en todo lo que me solicitó, y justo antes de la boda me pidió que fuésemos a una especie de ensayo. Como mi papel de testigo es enormemente tangencial, supuse que sería rápido. Me equivoqué. Padrino, Madrina, hermanos/as, sacerdote…y la novia. Me la presentó, me hice el despistado; Yo le di dos besos y ella me dio el alto.

«Narciso, tu amigo y yo nos conocemos perfectamente. Fuimos compañeros de hospital durante algún tiempo. Y de hecho tuvimos una aventura, de las que siempre hay en los hospitales cuando eres muy joven y no has conocido a la persona adecuada. No quiero que haya ningún tipo de dudas entre tú y yo. Tenemos toda la vida por delante y no quiero ocultarte nada jamás»

Me quedé como una esfinge. Mirada al frente y palidez terrosa. La muy raposa había mentido como una vil meretriz. Nunca tuve nada con ella. No es que no estuviese de excelente presencia, simplemente es que nunca me atreví, tanto por las habladurías hospitalarias, como por timidez, vergüenza y miedo al rechazo. Si te da calabazas una chica que se lía con todo el mundo, la autoestima debe caer por los suelos, y nunca quise arriesgarme.

Sopesé mis opciones:

1/Llamarla embustera, y arruinar la relación con mi amigo

2/ Comentarle cordialmente que se había equivocado de médico, que yo era el único que «no» se había acostado con ella. Quizá pudiese incomodar a Narciso.

3/ Callarme

4/Darle la razón y declarar que aquello ocurrió hace mucho y no tuvo más importancia que la de hacer más llevaderas las guardias.

No me dio tiempo. Narciso le atizó un beso en los morros, y a mí me miró con expresión comprensiva, como diciendo, lógico, es que Eva es una mujer excepcional. Luego se fue a hablar con el cura y nos dejó a los dos cara a cara.

«¿Cómo puedes ser tan cínica?»

» Por si se te ocurría comentar algo de mis relaciones en el hospital, para que Narciso piense que le dices esas cosas por despecho y no te crea. No vas a arruinar mi boda. Además, desde que estoy con Narciso, no he estado con ningún hombre»

«No iba a decir absolutamente nada. Aprecio a este tío, y no le haría sufrir por nada del mundo. Era innecesario»

Se alejó hacia su familia. No volvió a mirarme hasta el día de la boda. En circunstancias diferentes.

Justo el día antes de la boda, Narciso me preguntó si podría recoger a Eva en su casa con un coche clásico. El sabía que mi padre tenía un Citroën DS de los años 60, en perfecto estado de funcionamiento, y que no me negaría a pedírselo para su boda. Le dije que sí, y me dio la dirección del piso de soltera de Eva.

Llegué con cierta antelación, ese fue mi error. No quería hacerlo, por temor a reanudar la discusión, pero me dio miedo que surgiese algún contratiempo y me adelanté. Llamé al timbre y golpeé la puerta sin respuesta alguna. Observé que no estaba cerrada por completo, y empujé con suavidad, llamando a Eva.

Pude verla de pie en lo que debía ser su habitación, con el vestido de novia puesto, por lo que pensé que todo estaba ya preparado. Según avanzaba sigilosamente, por si pudiera incomodarla que viese el vestido o alguna superstición de esas, me di cuenta de que el vestido estaba remangado por la cintura, y que delante de ella, agachada, como recogiendo los bajos o ajustando las medias, se encontraba una de las damas de honor.

Según me acerqué, confirmé las sospechas. En efecto, estaba haciendo algún tipo de ajuste. En las medias y en los bajos, en efecto. Pero no exactamente de costura.

Me di la vuelta, y me volví hacia la puerta. Salí al rellano. Volví a entrar, ahora con estrépito. Me dijo que enseguida salía. Ya, con todo en su lugar, me acompañó al coche junto con la Dama de Honor. Como si tal cosa.

Y pude aclarar dos de las incógnitas que me habían rondado la cabeza.

La primera, que Narciso seguía en su línea habitual.

La segunda, que Eva no me había engañado. No había estado con ningún hombre.

 

 

 

12 Comments

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  1. Eso le llamo yo suerte de principiante

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  2. Al final decía la verdad…jajaja.

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